13 de febrero de 2016

5:26 PM



Hace 1 año dentro de unos pocos días, me desperté llena de nostalgia. Mi mamá olvidó mi cumpleaños y un absurdo caos rodeaba mis pensamientos. 

Tenía demasiadas cosas en mi mente. Acababa de tomar una decisión que no tenía plan de ejecución alguno, pero que se sentía definitiva. Había decidido unos días atrás que iba a emigrar. No tenía pasaje, no tenía destino, no tenía documentos, no tenía dinero, no tenía el control. Pero de que me iba, me iba. Algo me empujaba a hacerlo y ya no se trataba de la situación del país.

Ese día no sabía que iba a hacer para celebrar un año más de vida, solo que quería empezar haciendo yoga. Y me desperté, con el peor humor del mundo, rumbo a la práctica que esperaba me cambiara el ánimo.

Salí a la calle, mal humorada, ¿Como se le va a olvidar mi cumpleaños a la persona que me trajo al mundo?.

Les voy a dar un poco de background. Solía odiar mis cumpleaños, ponía tantas expectativas en torno a ese día que por algún motivo todo salía mal, así que hace un par de años decidí dejarlo fluir y las cosas mejoraron. Aprendí a apreciar los 13 de febrero por lo que eran, un día más. Así de sencillo. Si se daba la ocasión festejaba y sino no. Simple, descomplicado, sin drama.

Pero este no era un cumpleaños cualquiera, eran los 30, esos que la sociedad te hace temer. Era el comienzo de una década de preguntas incómodas y comparaciones absurdas con la vida de otros. Y el darme cuenta en ese momento, que ni tenía ni el más mínimo plan de vida, ni había logrado la mitad de las cosas que me propuse a los 20, me tenia un poco ansiosa.

Caminaba molesta por una calle de esas donde montan un mercadito popular los sábados, cambiando canciones en mi celular una tras otra porque ninguna iba con mi ánimo. Como era de esperarse, una extraña se acercó a caminar a mi lado a conversar conmigo (los extraños tienen una precisión hermosa para hablar en el peor momento).

-Que auyamas tan hermosas ¿Verdad?- Dijo ella.
Yo simplemente asentí hipócritamente con la sonrisa mas falsa de mi vida.

-Si tuviera dinero compraría todas esas frutas ¡Mira el tamaño de esas patillas! Se ven divinas y más con este calor que está haciendo en Caracas.

De nuevo, sólo sonreí. Esperando que ella se callara para volver a ponerme los audífonos y sumergirme en mi amargura.

-Lo que pasa es que imagínate, ¡está todo tan caro! Lo poco que traía se me fue en cuatro cositas, y con lo que me queda pago solo el pasaje.

Genial, ahora quiere hablar de la situación país, -pensé-.

Siguió caminando a mi lado, hablando lo que para mi eran tonterías, nombrando vegetales al azar y como los prepararía si pudiera comprarlos. Yo seguí asintiendo, hipócrita y desprendida, pero a esas alturas un poco distraída de mi amargura. Llegamos a la avenida en donde tomaríamos caminos opuestos, yo rumbo a lo único seguro que tenía en ese momento, que era mi práctica de yoga y ella hacía la parada de autobuses.

De repente se detuvo y con una sonrisa que capturó mi atención, me dijo con estas exactas palabras que no olvido: -Gracias por escucharme, espero haber hecho tu día, la mitad de lo feliz que tu hiciste el mío-. Se dió vuelta y siguió caminando.

Y yo me quedé allí. Paralizada. Sin entender si era sarcasmo, o un comentario sincero. Me sentí contrariada y absurdamente mal por haber sido tan descortés con alguien que solo quería que le regala 3 minutos de mi tiempo para hablar de frutas, verduras y hortalizas, y que a pesar de eso me agradeció que le hice feliz su día.

En ese instante me cambió la mañana. El mundo no tenía la culpa de mi amargura y ella seguro tenía sus propios problemas. Y yo allí, quejándome de que mi mamá (la persona más distraída del mundo) se había olvidado de felicitarme en un día que para mi no significa nada, como si eso condicionaba su amor por mi. Quejándome, de que la mañana estaba muy caliente y se me iba a dañar el secado. Quejándome de que acababa de cumplir 30 y no sabia que hacer con mi vida.

Ahora que lo pienso, eran motivos muy absurdos para estar tan amargada. Al final, el cabello siempre se puede volver a lavar, mi mamá me felicitó apenas regresé a la casa y nunca vamos a saber que hacer con nuestras vidas.

Seguí caminando a mi clase de yoga, medité un rato, lloré otro y luego me fui a celebrar. 

No que tenia 30. Sino que estaba viva.

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