Donde se me acabaron las lágrimas

6:14 PM


Las lágrimas se me acabaron en Colombia.

Llegué a México un domingo de noviembre a las 10:00 am. No he llorado desde ese día; precisamente desde el momento en el que solté las maletas y entendí que ya estaba en mi destino.

El resto de las lágrimas se quedaron en Bogotá junto con el duelo que viví antes de llegar a mi (por ahora) última parada. Todas las emociones que pensé que sentiría al llegar aquí, explotaron allá junto con el caos del momento. Es que no se saben esa historia.

Salí de Maiquetía con destino a Bogotá con tres maletas, mi cartera y un sandwich que compré en el aeropuerto. La experiencia fue muy diferente a lo que esperaba, desde las 5 am (el vuelo era a las 9:15 am) ya tenía tres compañeros de viaje: una chica maracucha que al igual que yo viajaba sola, pero su novio la esperaba en Bogotá. Un joven caraqueño que se iba a probar suerte unos meses y su papá (colombiano), que le iba a hacer compañía las dos primeras semanas y luego volvía a Venezuela.

El señor prácticamente nos apadrinó a la maracucha y a mi, estuvo pendiente de ambas, nos brindó café, conversó con nosotras durante toda la espera, nos comentó cómo se sentía más venezolano que otra cosa y nos platico de su experiencia como emigrante. Subimos juntos al avión, con una fila eterna de asientos de por medio, pero tan pronto tocamos piso Bogotano, nos volvió a reunir y hasta que no salimos del aeropuerto no se separó de nuestro lado. No sin antes darnos un fuerte abrazo y desearnos el mejor de los éxitos.

Y allí estaba yo, afuera del Aeropuerto Internacional El Dorado. Con frío, en otro país, sin miedo, con tres maletas, mi cartera y un sandwich. Llena de adrenalina y con la cara hinchada de la llorona de la madrugada, cuando a las 3:00 am me despedí de mi mamá con prisa, un breve abrazo y me subí al taxi, todo con la intención de protegerla y para no darme el tiempo de quebrarme y hacer peor la despedida. Sufre más el que se queda que el que se va. Y ya nosotras habíamos llorado demasiado.

Tres días en Bogotá. El plan era pasear, conocer lo emblemático, compartir con una de mis mejores amigas a quien tenía unos 8 meses sin ver (sí, también se fue) y listo. Luego seguiría mi camino a México.

Pero por algo pasan las cosas. Luego de tres días en Colombia, de haber recorrido la ciudad a la carrera para que me diera tiempo de conocer lo que quería conocer, de usar el mismo pantalón de jean para no desarmar la maleta, emprendí el camino hacia el aeropuerto.

Estaba ansiosa por llegar, con incertidumbre, mucha emoción y las rodillas llenas de los moretones causados por pelear con las tres maletas y mi cartera (el sandwich ya me lo había comido). Sólo había un pequeño detalle del que me enteré al llegar al aeropuerto... que mi avión ya se había ido.

24 horas antes.

Sí. Llegué un día después al aeropuerto. Y obviamente perdí (sin derecho a multa) el vuelo a México....

Pronto continúa.

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